Cuando era pequeña, no dimensionaba lo que este día significaba, no lo entendía.
Crecí y al exponerme al mundo, sentí como un balde de agua helada, tan helada que calaba en los huesos, aún cala.
Cala saberse vulnerable, no por decisión, no por falta de autonomía, vulnerable por externos que deciden hacernos daño, unos con pleno conocimiento y otros por un sentido normalizado.
Sobreviví, así como va la palabra, a un gran número de actos violentos y que estoy segura, muchas de ustedes igual han vivido y para nada es una exageración, aprendí (a la mala) que por el “simple” hecho de incomodarte, ya está mal.
Sin embargo, cuando aquel chofer de aplicación “segura” trató de secuestrarme, cuando me clavó un cuchillo en la pierna, cuando logré escapar, cuando escuché sus pasos detrás de mí, cuando lo escuché gritar que me iba a matar, mientras corría gritando y nadie me escuchó, mientras pasó por mi mente que yo sería parte de una estadística que ignoran, fue el día que conocí en carne propia el terror, la desesperación. Hoy soy afortunada, puedo contarles esto desde la seguridad de mi hogar, pero ¿qué hay de las que no corrieron con mi suerte? ¿qué hay de aquellas que aún no aparecen? ¿qué hay de las niñas a las que se les deja esta sociedad?
¿Cómo le hago con los sentimientos encontrados al escuchar las noticias y saber que alguien nos falta? Que alguien sufre una injusticia, que alguien no tiene voz y está siendo olvidada…
Me duele en el alma lo que nos pasa, pero no pierdo la fé, este no es un día para celebrar. Hoy más que nunca entiendo por lo que se lucha, por lo que se necesita, por lo que todas esas mujeres valientes salen a las calles…
Por que cada 8M valga
Para que sepamos qué hacer con los sentimientos encontrados, encontrarnos a nosotras.
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